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Columna
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¿El Roto en alguna academia? No me joda

La viñeta de El Roto es una de las pocas cosas que me motivan para comprar periódicos. Es un milagro de la lucidez permanente, la queja, la acidez, el desmarque de cualquier consigna

Andrés Rábago, 'El Roto', en su estudio de Madrid.
Carlos Boyero

Deduzco que ese pobre escribiente que durante una parte decisiva de su vida trabajó en el departamento de cartas muertas de Correos, esas que nunca llegaron a su destino, las de amantes que deseaban reencontrarse, de relaciones familiares o amistosas que se rompieron, aquel desolado fulano llamado Bartleby, se murió sin el menor ruido, como había malvivido. Ese personaje es una de mis obsesiones cada vez más fijas. Y es tan real como pesaroso. Pero tengo algunos consuelos. Por ejemplo, yo encuentro todos los días un placer ritual, hecho de amargura, lucidez, sarcasmo, piedad, militante mala hostia, hacia el estado de las cosas, algo que me provoca un rictus, pero también compañía, admiración y agradecimiento hacia alguien que día a día y de forma prodigiosa expresa en una viñeta lo que tú piensas y sientes ante el estado de las cosas. Casi siempre en términos de desolación. Es lo que expresaba una canción genial e incontestable de Santos Discépolo titulada Cambalache: “Que el mundo ha sido, fue y será una porquería ya lo sé. En el 506 y en el 2000 también”.

Mucha gente se levanta de la cama sin saber por qué, o en nombre de su alimento, o bendiciendo su suerte al despedirse de sus seres amados. También hay desahuciados extremos que necesitan para ese acto cotidiano un chupito y una raya. Yo me ducho sin la menor ilusión, exclusivamente por higiene, y luego busco día tras día la viñeta de El Roto, aquel antecedente muy vivo de Bartleby. Es de las pocas cosas que me motivan para comprar periódicos. Qué hastío. Qué pesadez, cuánta prosa lamentable de funcionarios perrunos que adoptan las ideologías que les dan de comer. Pero siempre resplandezco ante las viñetas de El Roto. Es un milagro la lucidez permanente, el rédito, la queja, la acidez, el desmarque de cualquier consigna, la duda, el arte que acumula este hombre.

Y alucino cuando me informan de que no han admitido a este tipo genial en la Academia de Bellas Artes. Pero mi sorpresa mayúscula es la de si este señor deseaba que le reconocieran en alguna academia. Será cosa de otros. A mí me han dado siempre grima las academias, los supuestos templos de la inteligencia, la sabiduría, el conocimiento. Pero mi perplejidad es pensar si El Roto ansiaba ese honor. No le hace falta. Le basta con tener cotidianamente la admiración, la necesidad y el amor de tantos lectores que no creemos en casi nada. Miento. Sí creemos en usted, terapéutico, feroz y maravilloso El Roto.

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Sobre la firma

Carlos Boyero
Crítico de cine y columnista en EL PAÍS.
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